La práctica a través de la singularidad

El Centro Zen de Barcelona organiza anualmente unas jornadas para poder reflexionar sobre temas importantes de la vida cotidiana desde la óptica del budismo zen. Os dejo una parte de mi aportación sobre la práctica de la meditación zen a través de nuestra singularidad:

Me gustaría partir de la premisa de que todos somos singulares. No hay otra persona en este planeta con exactamente las mismas características físicas, genéticas, psíquicas, con exactamente los mismos condicionantes, familiares, sociales, culturales, que cada uno de nosotros. Podemos pensar que nuestras características dificultan la práctica porque quizás nuestro cuerpo no sea suficientemente flexible para la postura de zazen, pero cada uno de nosotros tiene algún tipo de impedimento. Quizás sea un impedimento mayor una característica psicológica que una cuestión física como, por ejemplo, tener un carácter que nos dificulta aceptar compromisos. Comprender, por tanto, que cada uno de nosotros tiene unas características, una singularidad, que deberá observar, aceptar y concederle su justa medida para que no sea un obstáculo para la práctica.

Es importante entonces entender que debemos poder trascender estas características sabiendo que no han sido escogidas conscientemente por nosotros, para que no sean un impedimento para la práctica. En definitiva, debemos trascender el karma, debemos trascender el carácter que hemos desarrollado para actuar en esta vida, debemos trascender el pequeño yo que tiende a la queja para conectar con el yo universal, con nuestra naturaleza de Buda. Obviamente, hay unos aspectos más complicados que otros. Por ejemplo, una enfermedad nos puede impedir asistir al dojo, pero podemos centrar este diálogo de hoy en aspectos menos complicados y que todos compartimos.

Uno de estos aspectos o condicionantes es el paso del tiempo. Todos envejecemos y nuestro cuerpo pierde la flexibilidad de la juventud para tender a rigideces fruto de la artrosis, problemas articulares, etc. Nuestro cuerpo evoluciona y con él debe evolucionar la postura. La postura de zazen no es fija, sino que está sujeta al cambio como lo estamos nosotros, poniendo de manifiesto la máxima budista de la impermanencia. Pueden ser cambios sutiles como levantar un poco más la altura del zafu, utilizar temporalmente la postura de seiza e, incluso, meditar en una silla. Dicho esto, todos sabemos que meditar en una silla no es ninguna panacea, no es fácil encontrar la altura exacta de la silla o mantener la espalda vertical sin apoyarse ni cargar las vértebras lumbares, etc. De hecho, la postura del loto o medio loto está perfectamente diseñada para ayudar a mantener la concentración y es suficientemente incómoda (o cómoda) para ayudar a que la atención no se aleje del cuerpo y la respiración. Pero, con ganas y pasión por la práctica, creo que es posible evitar que la postura se convierta en un impedimento.

Justamente en el último número de la revista Sangha, que edita la Association Zen Internationale (AZI), Thérèse Faure, discípula de los primeros tiempos del maestro Deshimaru y practicante del zen desde hace más de cincuenta años, habla del envejecimiento y de la práctica con estas palabras: “Tal como decía a mis pacientes cuando se quejaban de los males de la edad: ’’¡Ah! Estaría mejor morir joven y bello a los 100 años, así lo deseo, pero las cosas no funcionan de esta manera.’’

También nos explica sus anécdotas en la relación entre salud y zazen. “Cuando se manifestaba en mi mente un exceso de contradicción, oposición y cansancio, entonces me sentaba en la postura de zazen y esperaba. Esperaba que pasaran las perturbaciones, que mi rueda kármica volviera a girar en la buena dirección. ‘’Paciencia, paciencia, no moverse’’, decía Sensei. Poco a poco empiezo a estar entrenada y el camino no ha acabado«.

Y finaliza con una conclusión: “Los textos antiguos nos dicen que Buda, Dharma y Sangha son tesoros. Es cierto. ‘’No siempre es una bicoca’’, como decía Sensei, pero es preciso alimentar el espíritu del despertar, ver la filigrana de los tres venenos que están siempre aquí, subyacentes y constantes: la ignorancia, la avidez y la agresividad. Esto nos permite ser cada vez más íntimos con la gran sabiduría.”

Las aportaciones a las «Jornadas de la Sangha» han sido editadas y podéis encontrarlas en las Publicaciones del Centro Zen de Barcelona

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